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7/5/11

La amiga de mi madre

   Llegué a casa y encontré a mi madre hablando con una mujer muy guapa, de unos cuidados cincuenta años. Tenía unos ojos azules inmensos, vestía vaqueros ajustados, botas de tacón y blusa escotada. Tenía la apariencia de resistir el paso de los años sin dificultad. Sin duda se podía ver que poco tiempo atrás habría caminado por la calle reventando los pantalones de cuantos se le cruzaban.
   _Este es mi hijo Johny _nos presentó _. ¿Te había hablado de Linda, la nueva compañera de trabajo?
   _Pues... sí, supongo.
   _Ha sido muy amable, ha venido a traer estos dulces ¿quieres probar uno?
   _Sí, claro, cómo no.
   _Es el mayor, ¿verdad? _preguntó ella.
   _No, en realidad es el menor. Acaba de cumplir veinticuatro años.
  Debo decir que siempre he aparentado más edad de la que tenía. Cuando tenía quince años ya salía con chicas de dieciocho. Cuando cumplí dieciocho me echaban veinticinco y con veinticuatro años podía pasar por treinta y tantos. Así que no era extraño que Linda me mirase de arriba abajo con descarada lascivia. Sin embargo, yo aún conservaba algo de inocencia. Así que aquellas miradas las interpreté como maternales.  Después de una conversación cargada de hipocresía e intereses ocultos, Linda dijo que debía marcharse.
   _He venido andando desde mi casa, vivo a pocas calles de aquí, pero los tacones me matan. Si pudiera alguien llevarme...
   _Por supuesto, el muchacho te llevará encantado.
   _Desde luego _confirmé.
   Monté a Linda en mi Volvo descapotable y ni siquiera me di cuenta de que me desvestía con la mirada.
   _No sé si sería abusar de tu amabilidad, pero necesito comprar un par de cosillas...
   _Será un placer.
   Dejé que siguiera coqueteando conmigo y la acompañé de compras. Ya en su casa, la ayudé a entrar las bolsas y me ofreció algo de beber. Mientras bebíamos sendas cervezas seguimos con una conversación superficial. Pensaba que solo quería aprovecharse de mí para que la llevara y la ayudara con la compra. Pero mientras tomábamos cervezas y hablábamos aquello derivó en un flirteo cada vez más evidente. Así que empecé a hacerme preguntas sobre qué debía hacer. ¿Dejarme llevar? ¿Probar? ¿Llevar la iniciativa? ¿Salir corriendo? Esas preguntas fueron disueltas en cerveza y simplemente desaparecieron. Al poco me vi en su habitación, con escasa ropa y metiendo mi juventud en su experiencia. Debo decir que fuera lo fuese lo que perseguía conseguir, sabía cómo conseguirlo.
   No sentí el primer remordimiento hasta que me dirigía de camino a casa, tratando de disimular los efectos del alcohol y pensando en qué pensaría mi madre. En casa le conté toda la verdad, omitiendo la parte que discurría en el dormitorio. Mi madre pareció satisfecha con la explicación.
   Lo más extraño es que no volví a saber de ella más que por boca de mi madre. Así que supuse que la habría alejado de mí. Lo cual, no sé muy bien por qué, me produjo bastante alivio.

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