El hombre, embriagado por el placer efímero de la satisfacción superflua,
se sintió capaz de cruzar el tiempo sin realizar siquiera una leve introspección.
El hombre, desnudo de seguridad, buscó abrigo en la abundancia material
para soslayar el desafío que le supuso enfrentarse al mundo sintiéndose diminuto.
El hombre, necio, creció superficial ornamentando su piel, su cobijo, su prestigio,
mientras su alma y espíritu se degradaban inexorablemente.
El hombre, codicioso, creyó enriquecer el alma abrazando la abundancia,
ignorante de que el alma se nutría de energía no de materia.
El hombre, corrupto, dejó que alma pútrida en estado latente
rezumase por todos sus poros y corrompiese en todo su ser.
El hombre, delirante, se arrastró movido por el miedo a la pobreza
hacia el abismo de delirantes arrebatos de codicia.
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